martes, 23 de enero de 2018

Amar las cicatrices

Tengo cicatrices, y me gustan , me recuerdan las cirugías y esa etapa de mi vida, me recuerdan lo vivido y como lo viví. De vez en cuando me siento y miro mis rodillas lastimadas porque cuando pequeña solía caerme mucho y una, tras otra vez, se raspaban las rodillas y me dejaban buenas marcas, y ahora las veo y recuerdo esos momentos con una sonrisa en mis labios, me recuerdan lo feliz que era corriendo y esa deliciosa sensación de volar mientras lo hacia, así que las veo y me llenan de alegría.

No solía pasarme mucho eso con las cicatrices, físicas, y mucho menos con las emocionales, crecí con muchos faltantes , papá y mamá, no estaban en casa, no pretendo que piensen que eran malos padres, y los amo con todo mi corazón pero esa fue mi niñez, recuerdo una vez que estaba sola en casa y tenia mucha hambre, frite un par de salchichas y para que mamá al llegar a casa no encontrara la evidencia guarde el aceite caliente y me cayó en todo el antebrazo, la quemada fue dura y corrí a la casa de los vecinos y ellos pusieron papaya en mi brazo, eso alivio el dolor del momento pero no mi angustia de tener un brazo ahora maltratado, así que no quería tener cicatrices, bastante triste era con que en el colegio y en el barrio los niños me dijeran en mi cara que no era hermosa y más adelante que me parecía a Betty, la fea, así que odiaba cada cicatriz, y con el tiempo note que algunas cicatrices las del corazón seguían siendo heridas, que olían mal. Y esas las odiaba más.

Una herida era la soledad, llegaba a casa y al no encontrar a nadie, comer sola, hacer tareas sola, por un tiempo porque mamá se enfermo, inventaba ser una persona grande con responsabilidades, pero la solución nunca estuvo ahí en inventar un mundo paralelo, sino en una clase que escuche cuando pequeña, por primera vez, que vino a sanar esa herida y que ha sido base en mi vida, y fue "Aunque padre y madre te abandonaren con todo Dios te recogerá" eso fue clave para empezar a sanar la soledad, pensaba en que Dios no me iba a dejar cuando tuviera hambre, frió, o me sucediera cualquier cosa, es más no me iba a dejar aunque yo le fallara. Una vez, después de que la rodilla se me lastimara por jugar fútbol, estaba sola en casa, se fue la luz, y yo lloraba del dolor y por aquella situación donde no tenia consuelo, fue de las experiencias más impresionantes que he tenido con Dios, yo  no me sentía nada bien para que Dios se fijara en mi, pero ahí estaba y en mi interior sentí una voz que me decía que esa misma soledad él la había sentido, que no estaba sola y que así mismo podría hacerlo saber a otros, que la soledad puede ser una herida pero puede llegar a ser una cicatriz que solo estará ahí para recordar que aunque estemos solos o nos sintamos de esa manera, él mismo Dios sintió lo mismo y es una gran oportunidad para conocer ese corazón, aquel que se fija en el que nadie se fija y ama al que nadie ama.

Recientemente la soledad toco la puerta de mi vida, una vez más,  ahora que vivo sola eso sonara un poco hasta cómico, pero en realidad los vacíos o la ansiedad se habían ido, pero tocaron la puerta cuando una vez más estuve lastimada, mi corazón se quebró porque fui rechazada, y así tal cual como en la niñez, recordé que después de ciertos golpes uno no puede cumplir ciertos sueños, y recordé ese dolor profundo, pero fue la mejor y más grande oportunidad de volver a conocer el corazón de Dios, una vez más él seco mis lágrimas, cuando caían en la almohada de mi cama, o caminaba conmigo en las noches oscuras al llegar a casa, o literal sentía que al llegar a casa, no era una casa sino mi hogar porque ahí Dios estaba esperándome, pude conocer un amor dulce, como cuando uno come su golosina favorita, el amor fresco como cuando tiene uno sed y llega agua fría y baja por la garganta, pude ver a un Jesús que fue abandonado por sus amigos, uno a uno se fueron y le marcaron el corazón en su más duro momento, y ahí vi mis cicatrices que no son nada comparadas con las que hoy él tiene en sus manos que me recuerdan su amor por mi, al morir en la cruz para que ya nada nos separara, para que a pesar de mis propias cicatrices yo pudiera saber que él ya había recorrido el camino de la tristeza, la soledad, el rechazo y ahí ame mis cicatrices, porque en la sanidad de mis heridas he conocido la intimidad del corazón de Dios, cada herida que él no quería que yo tuviera, he podido usarla para conocerlo más y con eso amarlo más.

Y hoy escribo este texto porque no hay sensación más hermosa que ver las marcas de nuestro corazón sanadas, pero también porque sé que allá afuera en algún  lugar, en algún país, hay alguien que está realmente solo, que está pasando por situaciones que no se pueden controlar, donde nadie puede ayudar, pero donde hay esperanza y es porque en esas situaciones se puede conocer la intimidad del corazón de Dios, él puede sanar y aún cambiar cada situación, quizá no como esperamos pero sí de la mejor forma en la que pueden salir las cosas para nosotros, por eso permitir que Dios entre en cada herida es dejar cicatrices que nos recordaran que Dios está y sigue estando ahí para cada uno de nosotros, no importa cual, o cuan profundo sea el dolor.

1 comentario:

  1. Te quiero Adri! A mí también me decían Betty ������
    He visto tu proceso de sanidad y ha sido WoW!!! Dios hará grandes cosas en ti �� con mucho cariño Emma Juliet

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