Todo comenzó una tarde soleada en las tierras Moniquirellas, un lugar desconocido para muchos pero fue donde se inicio esta historia. Leia una pequeña de unos tal vez unos 7 años vivía rodeada de la naturaleza, y era una pequeña solitaria, creció entre plantas y algunos animales, no se confundan no es la historia de Tarzán en versión femenina, no, no, no, simplemente era una pequeña que no se sabe porque estaba por ahí en medio de un hermoso paisaje, lo cierto es que vivía de comer algunos insectos, y algunos huevos de ellos. Un día tenía demasiada hambre, y comió más de lo que normalmente comía, lo grave fue que comió un nuevo huevo, un huevo dorado de insecto, se lo comió porque pensaba que estaría bien si comía algo desconocido al fin de cuentas ¿qué daño podría hacerle? Y así pasaron los días de Leia, disfrutaba de todo, de las noches, los días, la lluvia, el sol, los ríos, nada hacía que esa sonrisa suave y tierna se borrara de sus labios, siempre estaba reluciente.
Con el paso de los días y como ella iba creciendo empezó a preguntarse si existirían más como ella, así que decidió dar una vuelta por los alrededores, decidió salir de su zona de confort, y allí empezó a tener una sensación extraña en su estomago, nunca la había sentido, no sabía cómo explicárselo. Tenía nervios de salir de lo conocido y sentía como si algo se moviera en su interior.
Al llegar a zonas desconocidas este movimiento dentro de sí aumentaba, vio algunas viviendas y niños y niñas como ella, decidió acercarse y hablar con ellos, ellos al verla llegar a lo lejos corrieron a recibirla, aunque parecía extraño todos habían empezado a llegar desde hace algún tiempo, todos vivían solos en sus lugares y en búsqueda de buscar alguien como ellos llegaron a ese lugar poco a poco.
Leia volvió a sentir esa sensación de un movimiento raro en su interior cuando tuvo amistades, y cada vez que había algo importante para ella, pero todo aumento cuando se enamoro. Las sensaciones eran distintas para cada evento pero todas coincidían en un revoleteo. Lo que Leia no sabía era que esos huevos que había comido hace tanto tiempo, eran unos huevos especiales, por eso eran dorados y distintos a los que ella había comido. Estos huevos crecieron y además generaron muchos más nuevos de diferentes colores todos con un brillo especial. Eran mariposas, por eso cada vez que ella estaba emocionada, contenta, o sentía gratitud, o afecto o estaba cerca de su amor, sentía ese revoleteo. Era que aquellas mariposas salían de sus huevos y producían este efecto en ella.
Leia volvió a sentir esa sensación de un movimiento raro en su interior cuando tuvo amistades, y cada vez que había algo importante para ella, pero todo aumento cuando se enamoro. Las sensaciones eran distintas para cada evento pero todas coincidían en un revoleteo. Lo que Leia no sabía era que esos huevos que había comido hace tanto tiempo, eran unos huevos especiales, por eso eran dorados y distintos a los que ella había comido. Estos huevos crecieron y además generaron muchos más nuevos de diferentes colores todos con un brillo especial. Eran mariposas, por eso cada vez que ella estaba emocionada, contenta, o sentía gratitud, o afecto o estaba cerca de su amor, sentía ese revoleteo. Era que aquellas mariposas salían de sus huevos y producían este efecto en ella.
La pregunta de por qué nosotros hoy día sentimos esto mismo es porque cuenta la historia que minutos antes de morir Leia cuando ya era muy anciana, vomito aquellas mariposas y todo ser humano fue contagiado por ellas.
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